Volumen: I | #

IX RETORNO A CHILE

Volver a Chile fue una empresa mayor para un grupo tan grande, como habíamos llegado a ser. Nuestra familia, que se componía de siete miembros al arribar a Alemania, había llegado a nueve con el nacimiento de Catalina y Esteban (Sofía, la octava hija, vino al mundo un año después de nuestro retorno a Chile). Los cinco hijos con que viajamos a ese país habían vivido allí más de nueve años, lo que los marcó muy profundamente. Algunos ya eran niños bastante crecidos al producirse el regreso. Dos de ellos dejaron “pololos” tras de sí (en Venezuela se les dice “novios” y en Alemania “amigos”), lo que hizo dolorosa la separación y el alejamiento por tiempo indefinido. Al despedirse pensaron que la relación continuaría, lo que no sucedió.

La familia y los amigos nos esperaron en el aeropuerto de Santiago con bullicio y afecto. Fue simpático ver a Ricardo Hormazábal y Edgardo Riveros (el Chuncho, como le decíamos) entre los que nos esperaban. El primero llegaría a ser senador y Presidente de la DC en los años 90, mientras el segundo fue diputado y, después, Subsecretario del Ministerio Secretaría General de la Presidencia. Por su parte, los parientes habían contratado un bus para viajar todos juntos a Santiago y para asegurar un cómodo traslado a Viña. Habían decidido también parar a almorzar a mitad de camino y probar los sabores chilenos de una sola vez. Fue todo muy emocionante e inolvidable.

El Chile que encontramos fue para todos un verdadero acontecimiento: era otro país, muy diferente en su alma al que habíamos dejado en 1973. La dictadura había logrado cambiar muchas cosas y la población tenía ahora otra mentalidad. En cierta forma, encontramos varios países en un solo territorio. Por un lado, había un sector pobre que había crecido extraordinariamente y, por otro, las capas medias tampoco eran las mismas. Un grupo había ascendido, estaba feliz y apoyaba con todo su ser al régimen, mientras otro se había proletarizado en forma extrema, radicalizándose también en sus posiciones políticas. Se caminaba a todo vapor hacia una sociedad materialista de consumo. Actitudes fuertemente individualistas, culturalmente predominantes entonces, se enfrentaban, eso sí, a generosas conductas solidarias. Una red de Organizaciones No Gubernamentales, las famosas ONGs, articulaban parte de estas energías positivas. Representaban espacios ganados por opositores a la dictadura. Interesante fue, así, comprobar que había resistencia política, más silenciosa que bulliciosa, al régimen y que ésta crecía cada vez más. Antes de cumplirse un año de nuestra llegada se pasó a la agitación abierta. Preocupante, a la vez, fue ver que se organizaban grupos armados para combatir la dictadura, sobre todo a partir de una decisión que en ese sentido tomó el Partido Comunista en septiembre de 1980 y que comunicó al mundo pocos días antes del plebiscito del 11 de septiembre, convocado para aprobar o rechazar el proyecto de Constitución propuesto por Pinochet.

Por razones de seguridad para mi familia, nos instalamos a vivir todos en Viña del Mar, en una casa vieja, pero amplia, en que habitaban mis suegros. Por mi trabajo en la capital, al comienzo, me alojé en la casa de una tía de mi esposa, pero, debido a su lejanía de mi oficina, terminé viviendo, entre lunes y viernes, en un hotel en Santiago, cerca del trabajo. Sin embargo, después que un policía civil preguntó por mi, opté por viajar diariamente a la capital, durmiendo así todas las noches en la casa de Viña del Mar. Era sacrificado, pero más seguro. Me permitía, además, ver todos los días a mi esposa y a los hijos. Creo que esta solución valió la pena.

Mi trabajo se concentró al comienzo en instalar el Instituto para el Nuevo Chile, INC, en Santiago. Bastó la llegada en 1983 de algunos de sus miembros, autorizados a regresar de su exilio en Holanda, para que este objetivo tomara cuerpo con rapidez. Comenzamos formalmente con una reunión-almuerzo a la que invitamos a los muchos amigos que habíamos hecho cuando trabajábamos en Holanda. Ahí les preguntamos derechamente si creían que tenía espacio y justificación la presencia del INC en Chile. La respuesta de cada uno de los comensales fue la misma: unánimemente opinaron que había lugar y fundamento para ello. Esto nos estimuló mucho y nos decidimos a actuar en consecuencia. Manos a la obra fue la consigna.

Arrendamos una oficina en pleno centro de la ciudad, en la calle San Antonio, cerca de la Plaza de Armas, y desde ahí comenzamos a operar. Junto con seminarios y talleres de trabajo, la empresa más hermosa y de largo alcance, repito, estuvo constituida por las cuatro Escuelas de Verano que organizamos en Mendoza, Argentina, continuadoras de las tres que habíamos logrado llevar a cabo en Rótterdam. Cada una de ellas fue un acontecimiento de gran jerarquía política y cultural. Fue lejos nuestro mayor aporte al nuevo Chile que intentamos construir. Debo decir aquí que ha pasado el tiempo y todavía escucho ecos de esa labor, donde todos quienes participaron en ella la recuerdan como algo que los marcó profundamente, aumentando siempre el grado de compromiso con la democracia a conquistar y el respeto a los derechos humanos a alcanzar. Si en algún momento se creó algo así como una mística concertacionista, eso sucedió en estas Escuelas de Verano.

Los casi ocho años que viví en Chile desde Octubre de 1982 hasta julio de 1990, cuando volví a Alemania, fueron de intensa lucha por la democracia en todo el país. Al comienzo jugamos la carta de presionar desde la base social, sin violencia, para que cayera la dictadura. Pensábamos que era posible precipitar su derrumbe político y su salida de la escena. Fue la estrategia de la movilización social, cuyas primeras formulaciones fueron obra de Jaime Castillo Velasco. El documento más notable que él redactó al respecto fue hecho suyo por la DC y se llamó “Una patria para todos”. Cuando pasó el tiempo y lo calculado no sucedió, terminamos aceptando las reglas puestas por Pinochet en la Constitución de 1980 y lo derrotamos en su propia cancha, en forma inesperada para él y, en parte, también para muchos de nosotros. Pero, hay que decirlo, el precio fue enorme, pues heredamos una institucionalidad “amarrada” y blindada que en gran medida aceptamos sin juicio crítico claro. Sin embargo, es difícil hoy imaginar otro camino que hubiese puesto fin a la dictadura en menor tiempo, o en el mismo plazo que el logrado en definitiva. Más bien, parece altamente plausible que otras vías, violentas por ejemplo, hubiesen prolongado la dictadura pinochetista, con o sin Pinochet, por mucho tiempo más. El costo habría sido claramente mayor.

Desde el INC contribuimos fuertemente a este resultado, con acciones en todo el país destinadas a capacitar gente que trabajara primero en las inscripciones electorales y después en el control minucioso del plebiscito. Esto fue clave. El “NO” triunfó porque se trabajó con gran eficacia para ejercer ese control. Hubo apoderados del NO en cada mesa y un sistema de recuento paralelo. Tener éxito fue algo muy emocionante, porque significó derrotar al dictador de un modo tan contundente, que se vio obligado a reconocerlo y a sujetarse a las consecuencias. Puso de relieve, además, de que existía en Chile una alternativa concreta y eficiente, capaz de derrotar a una dictadura que proclamaba la incapacidad de los políticos para hacerse cargo del país. Pinochet debió entregar el poder, como se sabe, un año y medio después de este suceso. No estaba en sus planes hacerlo, pero había caído derrotado dentro de las propias normas impuestas por él, de modo que no pudo al final desconocer el triunfo de la oposición y el hecho de que así ésta había ganado la primera opción para alcanzar la Presidencia de la República en las elecciones presidenciales que se llevarían a cabo el 14 de Diciembre de 1989.

Decía al comenzar este capítulo que llegamos a un Chile diferente. En lo político, el cambio era notorio. Una circunstancia fue demasiado visible: había fallecido Eduardo Frei Montalva, cuyo liderazgo opositor se había afianzado a partir del plebiscito de 1980, cuando él encabezó la campaña por la opción de rechazo al texto propuesto por el régimen. En un memorable discurso (¡otro más!) en el Teatro Caupolicán de Santiago, con gran firmeza y coraje cívico, llamó a votar “NO”. Su desaparición dejó un vacío en el momento en que más se necesitaba. Ya hablaremos de las circunstancias de su muerte. Por ahora, baste decir que todo apunta a un asesinato cuidadosamente planificado.

Hay que añadir aquí otra desaparición dolorosa y que dejó un vacío. Muy joven, a los 42 años, había fallecido también Claudio Orrego Vicuña, luchador político incansable y prolífico ensayista político. Su deceso se produjo tres meses después del de Frei, lo que implicó, para la DC, ser doblemente golpeada en muy poco tiempo por dos pérdidas irreparables. Aunque ninguna tan grande como la de Frei, la ausencia de Claudio también sacudió a la DC. A mí, personalmente, me dolió como si se hubiese ido un hermano. Habíamos sido buenos amigos y camaradas del mismo partido. Habíamos compartido experiencias juntos en numerosas ocasiones. Nos teníamos afecto mutuo.

Para rematar este cuadro, Andrés Zaldivar, que encabezaba a la DC en 1980, fue condenado a vivir en el exilio por varios años por decisión administrativa del régimen. Se instaló en Madrid y realizó una acción intensa de lucha contra el régimen de Pinochet.

En lo económico-social, Chile había caído en una crisis mayor, que se tradujo en una caída brutal del crecimiento (cerca del 15% en un solo año, 1982) y que llevó en poco tiempo la cesantía a niveles que superaban el 30%. Aumentó la pobreza y la miseria. La cantidad de gente recorriendo las casas pidiendo comida fue un efecto visible que impresionó fuertemente a mis hijos. Se conmovían y buscaban la manera de mitigar esos males, con un pan o algo más, que entregaban muchas veces sin decirle nada a nadie en la casa. Su sentido de justicia se fue desarrollando en este contexto. Siempre los apoyamos, con mi esposa, en esta actitud solidaria, porque compartíamos el dolor y sufrimiento que se había instalado en la sociedad chilena por esos días, a la vez que sentíamos un secreto orgullo de tener hijos generosos y sensibles.

Aparte de mi trabajo en el INC, me vinculé con el Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH. En él trabajaba, en ese momento, un equipo compuesto por Jaime Castillo, Francisco Cumplido, Eduardo Palma, Marco Antonio Rocca, Carlos Eduardo Mena, Ernesto Moreno, Jorge Rodríguez, Gutenberg Martínez, Mario Fernández, Sergio Tobar y algunos más. Muchos de ellos eran amigos desde que había ingresado a la política por allá por los años 50. Allí encontré el espacio para realizar algunas investigaciones. La mejor lograda y más exitosa fue la que se tradujo en mi libro “La no violencia activa. Camino para conquistar la democracia”, que escribí en 1983 y se publicó al año siguiente. El manuscrito final lo redacté en 30 días, encerrado en una casa que me prestaron en Cartagena. (En Internet se puede leer el texto completo en http://noviolencia-activa.blogspot.com).

Otro contacto que hice apenas llegué a Chile fue con la revista Análisis. El objetivo era plantear una idea respecto al libro escrito por mí sobre Bernardo Leighton. El texto estaba en manos de la censura, que era obligatoria para todo libro a publicar dentro de Chile, y parecía estar claramente cuestionado y prohibido de salir. Como no estaba dispuesto a quedarme sin hacer nada, se me ocurrió plantearle al Director de Análisis, Juan Pablo Cárdenas, la idea de sacar el libro en formato de revista, como número especial, aprovechando que la dictadura no censuraba la prensa escrita en ese momento. Además, se acercaba la Navidad y podíamos aprovechar la circunstancia para lanzarlo a la calle cerca de esa fecha. No hubo demasiadas consultas. La idea gustó, fue aprobada y nos pusimos manos a la obra. El resultado fue fantástico. Apareció en los kioscos de todo Chile el 15 de Diciembre. Se agotó la edición de 8.000 ejemplares en pocos días. Fue un best seller sin que alguien se diera cuenta cabal de ello. Cualquier libro con esa venta habría sido calificado de tal, o sea, como un gran éxito editorial. En el jardín de la casa en que funcionaba la revista hicimos un discreto lanzamiento de lo publicado, al que asistieron, comenzando por Bernardo Leighton y la señora Anita, personas de la talla de Radomiro Tomic, Tomás Reyes y muchos más. Yo asistí acompañado de Nina María, mi esposa, y de mi madre.

A raíz de esta exitosa operación recibí la oferta, que acepté, de convertirme en editor de números especiales de la revista. Logré, no sin dificultades, elaborar varios que salieron a la luz pública a medida que se producían. En septiembre de 1983 publiqué una serie de tres fascículos conmemorando los diez años de la muerte de Salvador Allende. Lo más resaltante fue, para mí, publicar la primera entrevista aparecida en Chile desde el golpe de 1973 a la viuda de Allende, doña Tencha. Se la hice en París y logré que hablara de todo, con mucha precisión y empatía. Hasta hoy siento satisfacción por ese resultado, porque pudo mostrar a un ser humano de gran sensibilidad y, a la vez, sereno, que juzgaba los hechos con sabiduría. Sus denuncias no irradiaban odiosidad. Desde entonces le guardé especial afecto a esta mujer que fue Primera Dama durante el gobierno de Allende y que lo siguió siendo con gran dignidad hasta el final de su vida pública. Lamentablemente los años han afectado su salud y ya no sale de su casa.

La oposición a Pinochet fue tomando forma en esta etapa. Después de un protagonismo de las organizaciones sociales, que encabezaron protestas capaces de poner en jaque a Pinochet, los partidos políticos volvieron a tomar la palabra y a rearticularse. A la cabeza se situó con claridad la DC. Bajo la conducción firme de Gabriel Valdés, recuperó liderazgo y compromiso democrático. Su alejamiento del país por más de diez años para trabajar en las Naciones Unidas como Subsecretario General encargado del Programa de Naciones para el Desarrollo, le sirvió a Valdés para acrecentar su conocimiento del mundo real en que vivíamos y ver con claridad las grandes tendencias hacia donde se movía la humanidad. Mantuve una intensa correspondencia con él durante esos años, que guardo como un gran tesoro de ideas y experiencias que me transmitía sin censura alguna. Ahora, por fin en Chile, fue rápidamente reclamado para conducir el PDC. Había influido en esto Frei, quien lo había impulsado a dar este paso. Fui testigo directo, junto con Mariano Fernández, de una conversación, sostenida en Bonn, en la que Frei le dijo directamente que él era el único que podría asumir esta tarea. Dijo que había sondeado a otros, pero que nadie quería en ese momento asumir esa tarea. Dijo también algo que, a la luz de lo sucedido después con su muerte, resulta emocionante. Contó que se iba a operar de una hernia al hiato y que, tan pronto se mejorara, volvería a la política y que apoyaría sin reservas a Gabriel Valdés. Circunstancias que cada vez van quedando más claras, impidieron este propósito. Le oí varias veces a Valdés y a Leighton expresar la misma idea: “¡cuánta falta nos hace Frei!”

La gestión de Valdés, durante casi cinco años a cargo del PDC, merece algún comentario. No se puede pensar el fin del régimen dictatorial sin su acción política destinada a obtener ese resultado. Aunque no haya sido, por cierto, el único factor, fue muy importante su conducción partidaria, pues puso a la DC de nuevo en la cresta de la ola. Se acabó con él hasta el último atisbo de vacilación y hasta pasividad que siempre algunos mostraron. Hasta algunos días de cárcel le costó a Valdés su inclaudicable lucha contra la dictadura. Personalmente, creo que mereció ser Presidente de la República, pero no se manejó bien para llegar a serlo. En todo caso, fue brillante senador por 16 años, Presidente del Senado por ocho años y, finalmente, embajador de Chile en Italia. Hablaré más de él en capítulos posteriores.

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